El sueño de las hoces

Ojalá todo fuese más sencillo. Ojalá las malas hierbas fuesen más fáciles de arrancar de raiz.

Lástima que sólo podamos segar las más superficiales .

Tenía una sensación de que era verano, con bastante calor, pero los árboles ya empezaban a mudar en acre y un amarillo agrio. Delante de mi, una inmensidad de lomas inundadas de hierbas altas, mas altas que yo, y agitadas por el viento, formando unas caprichosas olas de tonos otoñiles, océano de inquietudes.

Junto a mí, una hermosa y majestuosa encina . La conocía de antes, sabía que en la infancia fue mi protectora, me acompañó durante un tiempo, y ahora, años más tarde , sé que está ahí, observándome y aprovechando el aire que mece sus ramas para sonreirme. Yo sonrío, acaricio su corteza.

El sol no se halla en el horizonte, y el cielo, cubierto por una fina nube marrón, invitan a echar un trago en un lugar tan sorprendentemente árido como éste.

Me desplomo. Mi cuerpo se deja caer en la hierba para quedarse cubierto por el manto de hierba que cubre todo cuanto mis ojos alcanzan a ver. La sombra de mi compañera me refresca, y el viento, ese agitador de masas, remueve el mar a mi alrededor causándome unas simpáticas cosquillas.

Cierro un poco los ojos, mientras un bansuri suena a lo lejos, danzando en mis oidos. Me encuentro en paz. Estoy tranquilo...

... los abro, y siento en mi oreja el temblor provocado por el ventilador de mi ordenador. La luz cegadora de los fluorescentes llena de agujas mis ojos, y la apacible sensación que hace unos instantes tenía ahora se torna en la desesperanza y la tensión de docenas de palabras que me rodean, relacionadas con dolores, ansiedad, complicaciones; dinero , al fin y al cabo.

Me he quedado dormido en el trabajo.

Tal vez en cinco minutos me olvide de lo que estaba soñando.